El cuerpo humano tiene la capacidad de resistir casi todos los tipos de microorganismos y toxinas que tienden a lesionar los tejidos y los órganos. Esta capacidad se llama inmunidad. Gran parte de ella es la llamada inmunidad adquirida, que no aparece hasta que el cuerpo es atacado por primera vez por una bacteria, un virus o una toxina, y a menudo precisa semanas o meses para desarrollarse.
Una parte adicional de la inmunidad se debe a procesos generales en lugar de a procesos dirigidos a microorganismos específicos. A ésta se la llama inmunidad innata y comprende lo siguiente:
Por un lado, la fagocitosis de bacterias y otros invasores por un tipo de células denominadas leucocitos y células del sistema macrofágico tisular.
Luego, existe la destrucción de los microorganismos ingeridos por las secreciones ácidas del estómago y las enzimas digestivas.
La piel juega también un papel en la inmunidad adquirida, ofreciendo resistencia a la invasión por microorganismos.
Y, por último, pero no menos importante, la presencia en la sangre de ciertos compuestos químicos se unirán y destruirán a los microorganismos o toxinas extraños, en caso de que existieran.
Esta inmunidad innata hace al cuerpo humano resistente a enfermedades como algunas infecciones víricas paralizantes que suelen afectar a los animales. Por el contrario, muchos animales inferiores son resistentes o incluso inmunes a muchas enfermedades humanas que suelen ser muy lesivas o incluso mortales en el caso de no ser tratadas, para los seres humanos.
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